Nunca te he escrito, pero desde hace un tiempo tienes un lugar en mi mente. No te conozco, jamás he escuchado tu voz, ni te he visto frente a frente. La imagen que tengo de ti es una construcción de lo que él alguna vez me contó, de lo que he visto en redes sociales y de quién supongo que eres.
Te he construido a través de retazos e ideas ajenas. He creado una variedad de tramas en las que él y tu están juntos. He vislumbrado todos los momentos que han podido compartir. Lo he imaginado a él siendo contigo un poco como era conmigo, y te he imaginado a ti dándole lo que yo le di… en realidad, dándole menos.
Me he preguntado una y mil veces qué tienes tu que yo no. Pero aún más qué tengo yo que a ti te falta para que él siempre vuelva a mi lado. He pensado que quizás nos parecemos más de lo que creemos, que al final del día posiblemente no somos tan distintas, que, si hubiéramos sabido de la existencia de la otra de una manera diferente, hasta de pronto podríamos habernos llevado bien. Pero me detengo, y vuelvo a mi construcción de ti, y al analizarlo profundamente, no lo creo posible.
Siento que eres mi antítesis, lo opuesto, lo que no quise ser, lo que he repudiado, lo que he criticado y de lo que me he distanciado. Te muestras perfecta, siempre linda y dispuesta como una muñeca. Nada te afecta, todo lo tienes, tu vida es de ensueño y no padeces ningún sufrimiento. No hay penas que aquejen tu existencia, todo son bendiciones y buena fortuna. Qué increíble tener una vida así, ¿no?
No, ciertamente no. La perfección no existe y emularla continuamente es la más común y vulgar de las falacias. Esconderse tras miles de capas de maquillaje, citas existencialistas, un cuerpo perfecto sin cicatrices, sonrisas constantes y una noción limitada de la realidad es en verdad muy triste.
La vida es mucho más que una recolección de las mejores fotos y los mejores ángulos. Lo que realmente hace interesantes a los seres humanos son todas aquellas vivencias únicas, difíciles y particulares que los hacen irrepetibles. Es la magnificencia de las heridas que han curado, que hoy en día son sus más hermosas banderas. Son aquellas memorias de los momentos con otros, para otros, y por otros, más que las experiencias aisladas y satisfactorias del ego. Es la consciencia del ser colectivo por encima del ser individual. Es todo lo que pasa afuera, lo que acontece más allá de Instagram, de Facebook y de Twitter.
Es al vivir la vida real -donde el respirar duele, donde alcanzar los sueños requiere gran esfuerzo, donde lograr lo que personas como tu han heredado cuesta- que la tristeza se reconoce y la verdadera felicidad ocurre. Y nace tan de repente y es tan poderosa que no hay tiempo para retratarla, no hay ganas para compartirla virtualmente, no hay deseos de separarse de ese momento. Contarles a los otros lo feliz que se está siendo se convierte en algo secundario.
Finalmente, es altamente probable que yo esté equivocada, y que mi visión de ti corresponda tan solo a una cara de tantas. Sólo el tiempo podrá juzgar si mi construcción es acertada, y si la perfección que tanto presumes tiene más profundidad que la pantalla de un celular y el acumulado de los likes que recibes a diario en tu mundo virtual.