La leyenda de las luciérnagas: una mujer que espera a su amado

– Historia adaptada de un capítulo de la serie de anime Rurouni Kenshin-

Durante la era Meiji en Japón se gestaron algunas de las historias más increíbles del país asiático. Fue esta una época marcada por la magia, la religión, los Samurái, el arte de la espada, el valor de la palabra, la lealtad y el amor.

Cuenta la leyenda que fue justo en este tiempo en el que vivió Ryunosuke, uno de los mejores espadachines de Edo, antiguo nombre que se usaba para referirse a Tokio. Ryunosuke era un espadachín talentoso. A sus diecisiete años era conocido como el mejor de todo Japón. Sin embargo, la práctica con la que había logrado su experticia consistía en blandir una espada de madera, y para él, esto no era suficiente. Sentía que, si no dominaba una espada de hoja metálica, nunca alcanzaría el máximo nivel.

Debido a su destreza, fue invitado a hacer una pelea de exhibición para el Shogun*, uno de los más grandes honores en la vida tradicional del momento. Pero rechaza dicha invitación pues no cree en demostraciones públicas sin espadas reales. Su deseo más profundo es convertirse en el samurái más fuerte y para lograrlo, cree que debe poner en riesgo su vida al entrar en combate, lo cual nunca ha de suceder si continúa usando una espada de madera.

Rumbo a su casa, ese mismo día, Ryunosuke va hablando con Sataro, uno de sus compañeros espadachines. Mientras caminan por la ribera del río ve a una linda chica. Se queda embelesado por un momento, pero retira la mirada y sigue andando.

– Hey, Ryunosuke, ¿no la vas a saludar? – le dice Sataro.
– No la conozco – replica Ryunosuke.
– Pero ¿cómo dices eso Ryunosuke? Ella es Kinu, mi hermana, te la he presentado un montón de veces.

Ryunosuke sonríe apenado y continúa la marcha.

– ¿Conoces la leyenda de las luciérnagas? – pregunta Sataro.

Ryunosuke niega con la cabeza.

– Se dice que si les rezas y les pides con vehemencia a las luciérnagas de los deseos todos los días durante un año –continúa Sataro–, ellas harán tu deseo realidad a principios del siguiente verano. Hace dos meses que Kinu viene a este lugar y reza para que tu sientas lo mismo que ella.

Asombrado, Ryunosuke se detiene por un momento y voltea a mirar hacia donde está Kinu. La ve arrodillada rezándoles a las luciérnagas. Desconcertado y un poco confundido, retira la mirada y se echa a andar.

Doce meses pasan, y con cada uno de ellos, se va encendiendo poco a poco la luz del amor en el corazón de Ryunosuke. Y así, como las luces de las luciérnagas, el hombre que solo sabía blandir una espada empieza a tener profundos sentimientos por aquella joven mujer.

La dicha, no obstante, no habría de durar. Con una tormenta torrencial, llegó un día en el que la sombra tomó el lugar de la luz; y mientras Ryunosuke caminaba por las calles del centro de Edo fue testigo de un robo.

Vio como un encapuchado salía montado a caballo de una vivienda y se enfrentaba a seis hombres en la acera. Todos ellos espadachines, esperando el momento adecuado para atacarlo. Sin embargo, la velocidad de este sujeto fue sobrehumana. Tan solo al bajarse de su caballo, se dirigió con su espada de hombre en hombre, y con un tajante y profundo corte les arrebató la vida. En los ojos de sus víctimas era posible observar que habían muerto al instante.

La espada se movió como un rayo. No les permitió sentir ni pensar a la hora de morir. Simplemente se llevó la luz de sus ojos. Ryunosuke estaba atónito, a pesar de lo cruel de la escena, pudo reconocer en los movimientos de este personaje la verdadera esencia del combate: aquel sublime momento en el que los cuerpos chocan y separan la vida de la muerte.

A los segundos de haber ejecutado a estos hombres, el encapuchado abandonó la escena y Ryunosuke se quedó allí, pasmado, sin poderse mover. Casi instantáneamente llegaron más hombres y al ver a sus compañeros muertos, se lanzaron contra Ryunosuke, pensando que él era el culpable de estos crímenes.

Sin más escapatoria y con un fuerte deseo de vivir, Ryunosuke tomó una de las espadas que yacían en el suelo, y se enfrentó de manera voraz a sus contrincantes. No tenía otra alternativa que defenderse. Aunque nunca antes había usado una espada real, su habilidad era innegable. En pocos movimientos venció a sus oponentes. Les arrebató la vida y se proclamó ganador. Así fue como Ryunosuke mató por primera vez.

Como de costumbre, al día siguiente, fue a su encuentro con Kinu en la ladera del río. Las noticias de lo sucedido habían volado, y ella no dudó en preguntarle sobre lo ocurrido.

– ¿Es verdad que mataste a un hombre? – inquirió Kinu.
– No fue uno, fueron más. Me voy a ir de este pueblo y voy a dominar esa técnica aunque tiña mi espada de sangre. – respondió Ryunosuke.
– Ryu, no. ¡No lo hagas! Matar está mal.
– Suéltame.
– Por favor. Si vas a asesinar a más personas, mátame a mí – replicó Kinu llorando mientras se dejaba caer al suelo.

Ryunosuke tan solo la miró, se dio un giro de 180 grados y empezó a andar.

– ¡Tú no entiendes nada! – le gritó.

Mientras ella lloraba, él se marchaba. Y así, sus caminos empezaban a separarse.

– ¡Ryunosuke! – gritó Kinu, mientras la figura del hombre que amaba se desvanecía en la lejanía.

Desde ese día, el espadachín emprendió un viaje por todo Japón en el que asesinó a un sin fin de hombres. No se detuvo un solo instante para pensar a quién estaba matando. Lo único que cruzaba su mente era la imagen de aquel hombre encapuchado y su técnica. Por más que luchaba, por más que asesinaba, no lograba imitar sus movimientos.

Persiguiendo ese recuerdo vagó por 21 años. Su objetivo siempre fue igualar esa destreza antes vista, pero a sus ojos nunca lo logró.

Una noche, desesperado, sin ninguna alternativa, y con innumerables cadáveres en su camino, pensó en suicidarse. El objetivo de su vida no había sido alcanzado. La técnica que tanto había perseguido nunca había sido suya.

Entrando a una aldea y con una firme convicción en su mente, el tiempo se detuvo. Fue como si esa terrible noche de hace más de dos décadas se repitiera. Escuchó a los aldeanos gritando ‘ladrón, ladrón, deténganlo’. Y de las sombras vio salir al hombre encapuchado sobre un caballo, cabalgando rápidamente.

No era una ilusión, era el mismo hombre que había visto tiempo atrás. Antes de notarlo, Ryunosuke había desenvainado su espada y estaba en posición de ataque. Al verlo, el encapuchado bajó de su caballo y lo enfrentó.

Ambos lanzaron el primer golpe. Estaban parejos. Su fuerza era equitativa. Sin embargo, al ejecutar el segundo movimiento, Ryunosuke abatió al ladrón. El corte de su espada removió de manera inmediata la máscara que cubría su cara y fue allí cuando pudo ver que este hombre había muerto al instante, sin sentir ningún dolor, sin producir ningún pensamiento en su mente.

Fue justo en ese momento en el que Ryunosuke cayó en cuenta de que hacía mucho tiempo había superado a su oponente. Con un golpe de realidad también entendió que la técnica que tanto persiguió nunca existió. Lo que vio aquella noche de tormenta había sido una ilusión que vivía únicamente en las sombras de su alma.

Con esta realización, Ryunosuke se desesperó. Sintió como si hubiera despertado de un largo sueño, y por primera vez, el peso de todas las vidas que se había llevado con su espada cayó sobre sus hombros. En medio de la desolación, se desmayó y su mente viajó hacia su amada.

– Ryu, por fin terminó el largo viaje de tu alma –dijo una envejecida Kinu mientras lo abrazaba– Te estuve esperando todo este tiempo.

Ryunosuke la sostenía profundamente entre sus brazos, y sentía como su hombro derecho se humedecía por las lágrimas que Kinu derramaba. Podía ver que estaban en la ribera en la que su amor había florecido, y observaba también como las luciérnagas los rodeaban. Se sentía en paz.

Cuando la soltó para decirle cuánto la quería, todo se desvaneció bruscamente. Sus ojos se abrieron y se dio cuenta que tan solo había sido un sueño. Era hora de volver a Edo.

Sin pensarlo dos veces, emprendió su camino de regreso, y al poco tiempo estaba de nuevo en el lugar que había dejado veintiún años atrás. Fue al punto exacto en el que se encontraba con Kinu cada tarde y vio a su amigo Sataro envejecido.

– ¿Es usted un viajero? – preguntó Sataro sin reconocerlo. – ¿Ha escuchado quizás sobre la historia de las luciérnagas?
– ¿Sataro? – balbuceó Ryunosuke asombrado.
– Sí, ese es mi nombre. – replicó Sataro sin reconocer a su amigo. – He venido a dejar unas flores para mi hermana. Ella esperó todos los días en este lugar durante veinte años a su amado. Hoy es el aniversario de su muerte.

Desolado, Ryunosuke no supo qué responder. Sataro, tiernamente posó las flores que había llevado para su hermana en la base de un árbol, hizo una venia y se retiró lentamente. Suspendido en el tiempo, con un dolor sumamente profundo que perforaba no solo su corazón sino su alma, Ryunosuke se dejó caer suavemente sobre la hierba, permaneciendo allí hasta que el sol se escondió dando paso a la luna.

De repente, escuchó la voz de Kinu, quien cálidamente le decía ‘Bienvenido a casa Ryu, ya nunca más nos separaremos’. Con el sonido de estas palabras, todas las luciérnagas iluminaron sus colas de manera simultanea y volaron hacia el cielo.

Aunque se arrepintió de la manera en la que vivió su vida alejado de su amor, Ryunosuke no pudo hacer nada para cambiar el curso de la historia. Sin embargo, a partir de ese momento creyó con convicción que todos los hombres conocerán en su vida a una mujer que nunca podrán olvidar. Lo único que deseó que hubiera ocurrido de forma diferente, es que la luz de Kinu, esa mujer que tanto amó, y que era tan frágil como una luciérnaga, hubiera descansado en el corazón de alguien que no fuera solamente él.

*Shogun: cada uno de los antiguos jefes militares japoneses que desde 1192 a 1868 (período feudal) reinaron de hecho en Japón. En sus orígenes (s. VIII), el shogun era el comandante en jefe del ejército japonés.

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