Usted
que es una persona adulta
-y por lo tanto
sensata, madura, razonable,
con una gran experiencia
y que sabe muchas cosas-,
¿qué quiere ser cuando sea niño?
Querido Jairo Aníbal,
Entre preguntas trascendentales de mi niñez e historias fantásticas que la dibujaron, te recuerdo. Desde muy pequeña siempre estuve muy cerca de los libros; fueron mis compañeros de batalla y de aventura; me refugiaron en momentos tristes y me impulsaron en los más alegres. Me permitieron conocer mundos inimaginables y maravillosos; al igual que realidades difíciles y certeras. Pero, sin dudarlo ni un solo instante, me atrevo a asegurar que las letras que marcaron mi infancia fueron las tuyas.
Te conocí a la corta edad de cinco años con La noche de los Colibríes, un libro que llegó a mis manos la tarde de un domingo cualquiera mientras mi papá pagaba el mercado. Me habían inscrito al Club Infantil de dicho supermercado y tu libro era un regalo por pertenecer a tan prestigiosa asociación infantil. Lo marqué con mi nombre cuando llegamos a casa y en la noche empecé a leerlo con mi mamá.
De la mano de Anselma Anselma, la anciana de tez cobriza, ojos claros y manos de dedos largos y acariciadores, que había dedicado su vida entera a ser maestra de escuela, recorrí cada una de las páginas de tu libro. Durante este viaje, conocí a Tigreniel, el rey de los gatos, un ejemplar de largos bigotes, con un ojo en forma de sol y el otro en forma de luna. Un felino que conocía todos los secretos de la humanidad y casi todos los misterios del universo. Así mismo, encontré al Duende de los arrullos, el gran amo de cría del alma de la infancia y el artífice del gran misterio del libro: la desaparición de los niños de la ciudad. Junto a ellos, develé el enigma y también afirmé que “la gloria debe saber a arequipe”.
Tiempo después, en mis primeros años de adolescencia me topé con otro de tus libros. Uno más corto, más fácil de leer, pero envolvente como ninguno: Preguntario. Junto a ti encontré las respuestas a muchos de los interrogantes de mi niñez. Aprendí lo qué es un gato, entendí por qué las jirafas tienen el cuello tan largo, supe lo que dijo el pájaro cuando vio al avión y descubrí cómo se pasa al otro lado del espejo. De igual modo, me diste la oportunidad de conocer tu lado más profundo, me regalaste tu significado del silencio, tu definición de la tristeza y tu visión sobre la despedida. Me ayudaste a darle sentido a muchos de los grandes enigmas que me envuelven hoy en mi vida adulta.
Te recuerdo, Jairo Aníbal, cuando pienso en el momento en el que te conocí personalmente. Fue durante una firma de libros en Corferias y como si fuera ayer rememoro la dedicatoria que me escribiste en mi edición de Preguntario. Te recuerdo cuando me encuentro con libros que despiertan en mí esa incesante necesidad de continuar leyendo hasta llegar a la última página, como me pasaba con los tuyos en mi niñez. Te recuerdo cuando veo a otros leyendo un libro con pasión y entusiasmo, en vez de estar embebidos, con los ojos vacíos, frente a pantallas de celulares. Te recuerdo cada vez que miro a mi gato y entiendo que es una gota de tigre. Te recuerdo cuando miro el cielo y me acuerdo de que una oveja no es más que una nube con paticas. Y a veces, sin razón alguna, simplemente te recuerdo.