¿Y qué tal si reconstruimos el amor?

Amor. La promesa perfecta. La palabra indicada. El “para siempre”.

Todos, a excepción de unos pocos, nos hemos enamorado al menos una vez en la vida. Crecemos con un chip insertado en nuestro cerebro que nos dicta que la felicidad depende del amor, que no estamos hechos para la soledad, que todo momento vivido en compañía es mejor y que para estar plenos necesitamos ser queridos/aceptados/valorados/reafirmados por otro.

Vivimos la vida persiguiendo ideales románticos que ni siquiera son propios, que se han grabado en la mente gracias a nuestras familias, a la tele, a los libros, a la publicidad, a las redes sociales, a las historias de otros.

Vivimos persiguiendo el encuadre perfecto, el ‘match’ ideal, la media naranja, el yang, nuestra alma gemela. Vivimos sin darnos cuenta de lo que sentimos.

Amamos para satisfacer nuestro ego y lastimamos cuando ya no estamos satisfechos. Saltamos de cuerpo en cuerpo sin reparar los corazones y las vidas que rompemos. Amamos pidiendo más de lo que damos y esperamos que en uno de todos estos individuos esté la clave de la felicidad eterna.

Amamos sin amar en realidad. Amamos por costumbre, por necesidad, por obligación, porque es lo que está de moda. Amamos porque se supone que debemos amar.

¿Y qué tal si reconstruimos el amor? Si amamos de verdad, sin estereotipos de género, sin roles estipulados, sin mentiras, sin máscaras, con errores y con aciertos, desnudando el cuerpo y el alma por igual, sin pretensiones, sin violencia, sin juicios.

Amemos como nos gustaría que nos amaran y no como nos enseñan que debe ser el amor.

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