Las pequeñas cosas

Afortunados somos cuando disfrutamos de las pequeñas cosas de la vida. Cuando nos permitimos deleitarnos con un rico café, una gran charla, un fuerte abrazo, una risa contagiosa, un libro interesante, un buen beso, el ronroneo de un gato, el amor incondicional de un perro, bailar una canción que nos gusta, dormir hasta tarde, cantar en la ducha e inclusive tomarnos una divertida foto con filtro en Snapchat.

Olvidamos apreciar el amanecer y el atardecer por igual. Gozar el día con la misma intensidad que le ponemos a algunas noches. Atesorar a los nuestros, ampliar el concepto de familia.

Permitimos inconscientemente que las jornadas transcurran desapercibidas. Las cubrimos con el manto de la rutina, del horario, de lo seguro, del deber ser. Pero es cuando hacemos una pausa, cuando nos atrevemos a ver directo al sol por un momento, cuando dejamos el afán y respiramos profundo, que sucede la magia.

Es justo en en ese instante en el que recordamos  las más mínimas acciones. Es allí cuando disfrutamos plenamente de las pequeñas cosas que componen la cotidianidad en la que nos sumerjimos. Es de este modo que reconocemos uno a uno los momentos que nos llenan de felicidad. Es ahí, justo ahí, cuando somos más reales, más honestos, más humanos.

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