Detrás de una cortina roja, Kiara luchaba por mantenerse serena. Pensaba en el traje blanco de karate que usó todos los jueves durante un año para asistir obligada a las clases que sus padres le pagaron. Recordaba las burlas de sus compañeros quienes la comparaban con un luchador de sumo en vez de un ágil karateka.
Entre tanto pensamiento, la cortina se abrió, las luces se encendieron y los aplausos inundaron el lugar. Dando un paso adelante dejó atrás los malos recuerdos y se entregó a su público. En el karaoke sus kilos no importaban, Kiara brillaba por su voz.