Eran las nueve de la noche. Con un whiskey en la mano, Ignacio esperaba ansioso en el punto de encuentro: el bar del hotel. Había viajado de Boston a Nueva York para transformar su idilio cibernético en uno real. Para reconocerse debían usar una rosa amarilla.
‘¿Ignacio?’ – dijo un hombre alto, delgado y con una hermosa cabellera rubia que le rozaba los hombros.
‘Sí, soy yo. ¿Quién es usted?’ – respondió Ignacio sorprendido.
‘Soy Iris’ -dijo sonriendo- ‘Mira, traigo la rosa amarilla’.
Ignacio bajó la mirada y lentamente abandonó el bar. En su imaginario, Iris era mujer.