Jessica

Por: Jersey Amarillo

La fragilidad de la vida. Aquel instante en que una ilusión muere. El momento en que los ojos jamás vuelven a abrirse… Te fuiste. No te conocí, pero te fuiste y tu ausencia me duele.  La silla vacía, las risas que nunca volverán a oírse y tu mirada intrigante, ahora ausente.

¡Lo siento! Siento si no estuve, si no hablé, si no te vi. Siento aún más no haberte conocido como debí hacerlo.  Una tristeza infinita invade mi alma, un hondo hueco se abre en mi corazón. Me golpeó el tren de la realidad y mi tiempo, al igual que el tuyo, se detuvo.  Hoy más que nunca entiendo que la vida no es justa y que me duele la muerte.  Me duele tanto, tan profundo, tan adentro.

Siento que no debías morir, eras una pequeña todavía. Tenías mil vivencias incompletas e infinitos caminos por recorrer. Quizás te fuiste por una razón válida.  Pero, ¿existen razones válidas para morir? Acaso, ¿vale la pena morir por alguna razón?

Es claro que vivir sin sentir la vida, sin ser, sin estar, no es vivir. ¿Vale la pena entonces vivir como vivimos? ¿Somos realmente nosotros viviendo? ¿O jugamos a ser felices en nuestra cotidianidad y al llegar a casa nos quitamos las mascaras y los trajes para entregarnos intensamente a la tristeza?

No lo sé, Jessica. Mi única certeza es este hondo dolor en mi alma por tu partida. Tu ausencia es cruel y perdí algo de mí contigo. Ver tu silla en el salón y saber que nunca más te sentarás allí ni pondrás en tu puesto los cuadernos, los esferos de colores, los dulces y el diccionario. Pero al final de cuentas, yo no te conocía. Tu ausencia se reflejará en tu familia. Entrarán a tu casa y verán que todo está impregnado de ti. Las fotos, tu cuarto, las fotos, los recuerdos, las fotos, tus escritos, las fotos, el colegio, las fotos, tus amigos, las fotos…

El silencio aterrador y el golpe de tu caída desde un undécimo piso retumban en la memoria. Mi esperanza es que, en la mitad de ese recorrido hacia el asfalto, hayas perdido la conciencia y no hayas sentido el duro golpe que pudo haber desfigurado tu rostro de muñeca y romper tu cuerpo tan delgado como un cristal. Espero que ese pavimento que te recibió, haya amortiguado tu caída como si fuese un suave colchón de plumas y que el dolor no haya recorrido tu cuerpo. La página final del libro que era tu vida ha dado vuelta dejando todos sus capítulos atrás.

La fragilidad de la vida. Aquel instante en que una ilusión muere. El momento en que los ojos jamás vuelven a abrirse… Te fuiste. No te conocí, pero te fuiste y tu ausencia me duele.  La silla vacía, las risas que nunca volverán a oírse y tu mirada intrigante, ahora, por siempre ausente.

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